Fuente: Agencia Venezolana de Noticias (AVN)
Por Zuheilly Afanador
Maracaibo.- La última visita del máximo líder de la revolución bolivariana no se le olvidará nunca a la familia Núñez Orozco. El sábado 21 de julio del 2012 la familia estuvo en pleno: abuelos, tíos, hijos, sobrinos, nietos salieron de la Cañada de Urdaneta hacia Maracaibo para que la abuela, Neida Orozco de Núñez, pudiera ver de cerca a quien consideró un hijo más, a su querido Hugo Chávez Frías.
El mar de gente no le permitió a la familia acercarse mucho a la tarima, pero la astucia de la abuela, y sus años de experiencia, la llevaron a lucirse con una "mentira piadosa" como ahora lo describe.
"Me le acerqué a un guardia (efectivo de la GNB) y le dije que me sentía muy mal y que no encontraba agua, que debía inyectarme una medicina para la glicemia y no podía, que si me daba chance de acercarme un poco para salir de la cantidad de gente que me tenía aplastada. Él amablemente me cedió el paso y quedé dentro, o sea, rompí el cerco de seguridad. Estando allí aproveché un descuido del guardia y a lo que Chávez terminó su discurso me vio porque no paraba de gritarle y le pidió a alguien allí que me atendiera", relata "Nena" como la conocen en su familia.
Al estar detrás de la tarima, le dijo al asistente que había enviado el presidente que ella lo único que quería era abrazar a Chávez. Y lo logró.
"Recuerdo que se volteó y preguntó: '¿Dónde está?' Y allí estaba yo, gritando. Subí, lo abracé y le di la bendición. Le dije que yo sólo contaba con él para tener una casita, que el banco me la había quitado hace muchos años después que se me murió el viejo. Y no tuve que darle más explicaciones. Me puso en contacto con una chica que me anotó en una lista y me dijo: 'Tú cuentas conmigo y yo contigo, vieja'. Me regaló un poco de agua que él estaba tomando y le pidió a otra persona una silla para que me sentara. Ese momento y el nacimiento de mis cuatro hijos me marcaron la vida", comenta sin pena de derramar una lágrima más por su comandante.
La abuela cuenta que fueron más de 15 personas las que llegaron a su lado a ofrecerle agua, luego un caramelo, incluso 300 bolívares para que pudiera irse en taxi a su hogar, pero ella no buscaba eso, sólo le pedía a Chávez un minuto de su tiempo.
"Quienes hayan tenido la ventaja, la dicha, la bendición de ver a Hugo Chávez saben lo que él reflejaba. Era una energía de vida que jamás había sentido, un hombre fuerte, alto; para mí, un hijo más. Su mirada era sincera, profunda, cuando le hablabas te miraba el alma. Yo creo que no existirá jamás un hombre como él que gracias a Dios y a su pueblo alcanzó la inmortalidad".
No le quedaron fotos para el recuerdo, pero asegura que tampoco las necesita. Mientras sus hijos y nietos le gritaban que se volteara para hacerle una imagen, ella prefirió no perder el tiempo de mirarle a los ojos.
"Eterna lealtad le juré a mi hijo. Algún día lo volveré a ver y allí el tiempo no será limitante".
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