Fecha: 24 de agosto de 2013
Por: Valentina Pérez Botero
Samantha lo afirma: en nuestra sociedad los ancianos son ignorados, pero los ancianos gay son invisibles. Las generaciones de la primera mitad del siglo XX, que sacaron la bandera LGBT del closet, hoy tienen canas y una vejez que no tiene ni apoyos ni visibilidad.
Encarna la eterna juventud de quienes confesaban su homosexualidad a través de la mirada “nos declarábamos el gusto a través de los ojos” dice Samantha con un tono de añoranza, que a sus 81 años le da un carácter de melancolía, está acorralada.
Samantha Flores García lleva tres años, desde que surgió la idea de crear un asilo para el anciano gay, tocando puertas para que sea una realidad: de partidos políticos, instituciones gubernamentales y a particulares. Sólo ha conseguido un pequeño porcentaje de la inversión que necesita para dotar al lugar y mantenerlo los primeros meses.
“Somos una generación de sobrevivientes a la homofobia y al VIH” asegura Xabier Lizárraga, de 65 años, como aval de la importancia de esta población y de la necesidad de que se aborde el tema de la vejez.
Para Guadalupe González, directora del Centro Comunitario de Atención a la Diversidad Sexual del DF, la documentación de las personas trans, por ejemplo, sí representa un obstáculo para su ingreso a la vida laboral y al goce de las prestaciones de ley, que en la senectud, toman mayor importancia.
El albergue que creará Samantha, que contempla un plan piloto de centro de reunión, tiene la intención de establecerse en la delegación Cuauhtémoc -la más rica de la capital mexicana- para que se pueda replicar en todas las divisiones territoriales del DF.
“Tendrá una fuente y un jardín, porque estamos viejos pero no muertos” dice Samantha al ponerle palabras al sueño al que le ha invertido, no sólo de su propia pensión, sino la energía diaria para que Laetus Vitae AC (Vida Alegre) se convierta en una realidad.
Samantha ha visto la transformación de la Ciudad de México “de un pueblote, cuando llegó en los años 50, a hoy”, la vida antes y después del sida “vi morir a tantos amigos… no sólo por la enfermedad sino por la depresión y el estigma que causaba tener VIH”.
Ahora quiere formar un proyecto piloto en América Latina pues “nadie se ocupa del anciano gay”. Ella lo sabe de primera mano: nació en 1932, lo admite con desparpajo, y es de la diversidad LGBT.
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