Fuente: Agencia Venezolana de Noticias (AVN)
Por: Orlando Rangel Yustiz
Caracas.- Feliciana Andrade salió de Barquisimeto el miércoles 6 de marzo a las 6:00 de la mañana, las ganas de visitar a su amigo, su Comandante, la levantaron de su cama para hacer su maletica y dejar atrás las negativas de hijos, esposo y nietos, que le decían que si estaba loca, que cómo iba a viajar sola.
Ese mismo miércoles llegó a Caracas, se hospedó en un hotel de Plaza Venezuela, junto a su hermana quien a última hora se animó a acompañarla, para visitar al Presidente, Hugo Chávez. Dejaron sus maletas y de una vez se fueron a esperar la llegada del Jefe de Estado a la Academia Militar, quien llegó empujado por un mar de pueblo.
Feliciana cuenta que todos los días ha visitado al Presidente, pues era su amigo, tenía una larga lista de anécdotas con él, desde que incluso "Chávez no fuera Chávez", dijo sonriente.
En ese momento saca un jugo de naranja, me lo entrega, me dice bebe hijo porque te vas a insolar. Tal gesto era imposible de rechazar, además ciertamente el sol ya estaba haciendo mella, y las casi seis horas en cola hacían más difícil la espera para ver al Comandante.
Tomé un trago, y que bueno que le dije que sí, una sonrisa le devolví, me sentí como en casa. En ese momento, Feliciana cuenta: "Yo me iba de aventurera a perseguir a Chávez a donde fuera jajaja", comentó con picardía. "Yo lo vi una vez en Barquisimeto, cuando recién salió de la cárcel, él se montó en una tarima improvisada, era la cabina de un camión, y ahí estábamos escuchándolos unas 20 personas, estaba flaquito, pero siempre con ese discurso tan sobrio, y cuando terminó dije: éste es el hombre".
"Luego, unos años después cuando ya era Presidente, Chávez fue a Quibor, y para allá nos fuimos, yo con una amiga, a verlo pues, y terminó el acto y nosotras nos fuimos caminando pa' agarrar el bus, y entonces yo veo una camioneta donde se había montado Luis Reyes Reyes que era el gobernador (de Lara), y yo me le acerqué y le mostré una carta, entonces se paró la camioneta, y bajaron el vidrio del piloto, y adivina qué... era Chávez jajaja, Naguará y yo grité Chááááveeezzzz... era él manejando, se echó una carcajada y me dio una abrazo grande, pero la gente se dio cuenta por mi grito y entonces Chávez me picó el ojo y arrancó porque sino la gente no lo iba a dejar salir", narró notablemente emocionada la señora Feliciana.
Las travesías de Feliciana con Chávez continuaban. Justo antes de contar su otra historia con él, la abuela se voltea y mira a una colega periodista (Gissel) y le dice: "Hija tu también te vas a insolar, es que ustedes son tan catirrusios jajaja. Aquí tengo agüíta bien fría, anda toma pa' que no te deshidrates".
Gissel tomó su agua agradecida, y otra sonrisa agradecida le devolvieron a Feliciana, quien narró otra anécdota: "Después lo vi en otro acto hija, allá en Barquisimeto, cuando inauguró la Villa Crepuscular, la de los deportistas, y allá también corrí con la suerte de abrazarlo, él me vio, se sonrió y me dio otro abrazo, ay, ¡que lindo!, ese día me firmó con su autógrafo una foto que tengo en mi casa", comentó orgullosa.
"La última vez que lo vi fue en la Carucieña, ahorita cuando andaba en campaña, pero ya estaba enfermito, y yo pensé, cónchale mi Comandante como nos quiere, está débil y aquí sigue luchando por nosotros", agregó.
En ese momento, Feliciana sacó una camisa con el rostro de Chávez, y me dijo: "Póngasela hijo, está muy rojo, póngasela para que se cuide del sol, porque está bravo y le puede hacer daño". Ese momento me dejó sin palabras, el ardor del sol que andaba a toda mecha ya era inaguantable, su camisa fue el paraíso.
En la espera, justo en la puerta que daba entrada al patio de la Academia Militar, donde Chávez reposa, Feliciana se sentó, ya tenía más de 12 horas esperando para volver a ver a su amigo.
"Y ahora estoy yo aquí, me vine a visitarlo, solita, pero con la fuerza de Chávez, porque él me visitó muchas veces, y ahora tengo que visitarlo yo, a pesar de los dolores en mi cadera. Pero fíjate que aunque tengo ya dos días aquí, ya no me duelen, debe ser por la felicidad de verlo", comentó sonriente.
Su Amor Mayor era natural, espontáneo, solidario, desprendido. El último gesto de madre amorosa fue justamente antes de ingresar feliz a la fila que ya le daba acceso para ver al Presidente. Esta vez entregó su paraguas, y se lo entregó a otra compañera (Nerlay). Tome hija para que se cubra del sol, ahí caben los tres, así estarán más tranquilos, y justo antes de irse sacó otro jugó, "para que compartan" y guiñó el ojo.
Se despidió y dijo: "Y ahora lo mejor de todo es que siempre lo voy a llevar en el corazón, y cuando tenga ganas de verlo me podré venir a Caracas, a visitarlo en su mausoleo donde estará siempre, porque Chávez es y siempre será mi amigo".
Feliciana nunca fue beneficiada directamente por Chávez, eso siempre lo recalcó en sus relatos, tal vez por ello, ese amor era más honesto. La razón, "la voluntad del Presidente de querer a los pobres y de ayudarlos siempre".
Ella fue la abuela más cercana que nos mostró con todas sus intenciones su gran amor por Chávez, sin embargo, miles de abuelitas andan por todos los espacios de Fuerte Tiuna, cuidando a sus hijos, nietos, a su pueblo, durmiendo incluso de noche por ellos. Sentir ese amor tan cercano, como el de una madre que te pone la mano en el hombro, que te abraza, te deja con el pecho lleno, indestructible, supremo. Sus gestos, sin duda, de Amor Mayor.
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